Llevo tanto tiempo sin escribir
que se me ha olvidado hasta la contraseña. ¡Qué desastre de vida! Todo el día a
carreras de un lado para otro, el estrés, los horarios interminables…; sí, será
verano pero no es precisamente sinónimo para mí de tiempo para todo. Mi vida es
un poco caótica últimamente, y ando algo descuidada, no lo voy a negar. Sin ir
mas lejos, he engordado en este verano. Yo, que estaba tan contenta al
principio con mi super cuerpo, tan mona y estilizada. Y ¡zas! Llega el verano, el
ir corriendo a casa para poner la lavadora, pasar la mopa y preparar la cena y
la comida de mañana cuando pasas por delante de una terracita y … y ahí que te
quedas, tienen algo, algo adictivo, yo creo que emiten un mensaje subliminal
que hace que te sientes y te tomes una cañita, otra, un refresco con muuucho
gas, una tapita, otra… y llegan, vaya si llegan, llegan los kilitos de mas. Yo no
les invito, de hecho hasta les trato mal, no soy nada buena anfitriona, pero
les da igual, se pegan a mi cintura con pegamento extrafuerte.
Como buena mujer de recursos y
fuerza de voluntad, (al menos por la noche cuando me veo en el espejo y no me
encajan los michelines en el modelito sexy) me he propuesto adelgazar en pleno
verano, sí en agosto. ¡Ole yo!
Y ahí entra mi madre, que se
mete en la cocina, enchufa el horno y prepara un bizcocho, y encima me manda un
trozo.
–Mamá, qué estoy a régimen. ¿Cómo
se te ocurre mandarme bizcocho?
–Pero hija, si me lo pediste tú.
Y sí, se lo había pedido yo,
¿pero desde cuándo las madres hacen lo que les mandan los hijos? ¿desde cuándo?
Porque yo no tengo constancia de ello. Esto es nuevo. Lo normal es todo lo
contrario, que si los de la experiencia en la vida son ellos, con el “ya te lo
dije”, “ya lo sabía yo”, “si me hubieras hecho caso”… Sonríe y se feliz, que es gratis y muy sano.
Feliz domingo, feliz semana. Por
cierto, el bizcocho riquísimo, como siempre.