Hoy pasé por delante de nuestra cafetería y
estaba cerrada, tenía las cortinas echadas y un papel en la puerta. Y me vino a
la cabeza una imagen nuestra tomándonos un café en la mesa del fondo, charlando
y riendo. También pasé por nuestro parque, ese por el que caminamos observando
lo que hay a nuestro alrededor, a veces comentándolo otras simplemente
paseando, siempre mirándonos, siempre nuestra mirada cómplice, esa con la que
hablamos sin hablar. Esa tienda que te encanta porque tiene cosas únicas,
especiales, ha cambiado de dueños.
El cartel de la puerta de la cafetería pone
que se vende el local, esa cafetería que en realidad no es nuestro lugar porque
nunca hemos estado pero en el que podríamos haber compartido confidencias y risas.
Supongo que es el reflejo de lo que pudo haber sido y no fue. El parque está
ahí cada día pero es un parque más por el que la gente pasa sin mirar. La
tienda existe y podría ser única y especial en sí misma, igual que cualquier
sitio por el simple hecho de compartirlo contigo.
No importa el sitio, importa la compañía
porque hace único el momento y el lugar.
Soñemos