Ese
privilegio que ofrecen las terrazas y los telescopios, ese privilegio
de poder observarte en la distancia sin ser observada. Puede que
quizás lo sepas, quizás te sientas observado, eso explicaría
porqué de vez en cuando te giras y miras detrás tuyo como queriendo
sorprender a alguien.
Lo
hago de vez en cuando, no siempre, a veces opto por acompañarte en
tu paseo por la playa, pero otras veces me gusta quedarme en casa
esperándote. Tú no lo sabes pero en cuanto te vas, pongo el
chocolate a fuego lento y me subo corriendo a la terraza y coloco el
telescopio en tu dirección.
Me
gusta verte, verte pasear con calma, mientras dejas que el agua te
moje. A menudo te enfrascas tanto en tus pensamientos que se te
olvida que vienen olas fuertes y te mojan el pantalón. Hace frío y
volverás tiritando y corriendo, no pasa nada, el chocolate te espera
junto a la chimenea.
Te
gusta el mar. Con las manos en los bolsillos esperas las olas venir y
las ves marchar. Te tomas tu tiempo, caminas sin prisa, incluso
algunas veces te sientas rodeando con los brazos tus piernas, igual
que cuando te acompaño y nos sentamos, me rodeas con tus brazos y me
abrazas como si temieras que el viento me lleve o el frío del
invierno me congele. Podemos pasarnos mucho tiempo sin decirnos nada,
diciéndolo todo, sin ni siquiera mirarnos. No nos hace falta, ni
entonces ni ahora. Tú mirando al horizonte, yo mirándote. Yo
pensándote, tú pensándome. Te giras hacia la casa, no puedes
verme, la distancia lo impide.
Recojo
el telescopio y lo pongo en su sitio, bajo corriendo a apartar el
chocolate del fuego, ya está listo, y la chimenea encendida, que
añado leña para que coja más fuerza. Abrirás la puerta y estarás
en casa.
Soñemos.