lunes, 21 de septiembre de 2015

La avioneta en la solapa

Habíamos quedado a las ocho en una cafetería concurrida, la mesa al fondo a la derecha, la que hay junto a la esquina, ahí estabas cuando entré. Llevabas camisa blanca y una americana gris. Un pin en la solapa de una avioneta. Pelo canoso y piel morena. Mirabas el periódico sin levantar la cabeza, me acerqué y me senté en tu mesa, no enfrente, sino en la silla de al lado. Entonces me miraste sorprendido, yo sonreí y luego me quedé con la boca abierta a media sonrisa. Era evidente que no me esperabas a mí. Supongo que es lo que tienen las citas a ciegas, que nunca son lo que esperas.
Esa amiga común que nos pone en contacto y nos obliga a acudir a tomar un café con un desconocido porque resulta ser ideal. No sabía qué decir, y me pareciste un desagradable porque no decías nada. Maleducado porque al menos podías ser amable. Vale, no soy como esperabas, pero podías invitarme a café y mantener una conversación sobre el tiempo para que la situación ya de por sí incómoda lo fuese un poco menos, pensaba.
Me levanté para irme medio indignada medio avergonzada cuando me sujetaste por el brazo y me pediste que me volviese a sentar. Llamaste a la camarera para pedirle un par de cafés, y comenzamos a hablar sobre un artículo que acababas de leer en el periódico.
Al café le siguió un paseo por la zona antigua de la ciudad, un vino, otro y una cena en un restaurante acogedor, en un local escondido de las multitudes. Una conversación que no cesaba y una complicidad poco habitual.

Un beso de despedida seguido de varios mas y me pediste el teléfono para quedar al día siguiente, al mismo tiempo que mi nombre. ¡¿Mi nombre, no lo recuerdas?! Le pregunté. –No puedo saberlo porque lo cierto es que no te presentaste cuando te sentaste en mi mesa, me dijo. –No hacia falta, los dos sabíamos a quién íbamos a ver, le respondí.
Su cara fue de incomprensión. Entonces me di cuenta. ¿Cuántos hombres con camisa blanca, americana gris y un pin de avioneta puede haber en una cafetería a la misma hora y el mismo día?

¿Me había equivocado de hombre, o había acertado de pleno? 

domingo, 6 de septiembre de 2015

Por tantos cafés perdidos



Me diste las gracias por una tontería, aun recuerdo el día, yo te dije que no se merecían. Así fue el comienzo. Algo sin importancia.
Siguieron conversaciones breves, cordiales, apareció la confianza, y se instalaron las conversaciones largas, las preguntas con doble sentido, las proposiciones falsas, las promesas, demasiadas, que nunca se cumplieron, y un juego que nadie ganó, porque al final tuvo que ser eso, un juego. Ni siquiera había un premio, por tanto no sé a qué jugábamos.

La vida está llena de experiencia, es eso en realidad, la puñetera experiencia que para enseñarte te hace vivir con la practica en lugar de con teoría. No importa, de un modo u otro, se empeña en enseñarnos y nosotros nos resistimos a aprender. Aunque pienso que en el fondo lo consigue, a largo plazo. Dejamos pasar el tiempo y entonces lo vemos. Ya nos da igual aquello que en su momento tanto nos importaba. Todo es cuestión de tiempo y de experiencia, también.
Palabras que aun escritas se ha llevado el tiempo, no el viento. Sin embargo, hay algo que queda, que no se borrará ni dando a la tecla de SUPR de la vida, las imágenes, las fotos que compartimos, porque las imágenes, perduraran.

Por tantos cafés perdidos, hoy, invito yo si es que hoy es el día